Ignacio Dallavía
(Frente de Todos)
ANTE LA TOTAL
FALTA DE RESPETO Y DE HUMILDAD EN LA APERTURA DE SESIONES ORDINARIAS DEL HCD
POR PARTE DEL INTENDENTE BEVILACQUA.
Hay personas que
se creen todopoderosas, muy por encima de los demás y que creen siempre tener
la razón. Son aquellos que sienten tanta pasión por sí mismos que todo se les
queda pequeño, nadie les puede enseñar o mostrar nada, pues ya “lo sabían”.
Sus oídos están
cerrados y sus ojos están ciegos.
Su apariencia es
de seguridad, pero no hay nadie más inseguro que aquel que se cree poseedor de
la verdad. En realidad, lo que les ocurre es que están llenos de soberbia.
¿Qué es la
soberbia?.
Según el
psiquiatra Enrique Rojas, la soberbia es la pasión desenfrenada sobre uno
mismo, la trampa del amor propio, la falta de humildad y de lucidez.
Se trata de un
sentimiento de valoración en el que la persona concentra su foco de atención en
ella misma porque se considera excelente, única y muy por encima de los demás.
Quien tiene
soberbia se adora a sí mismo, se idolatra, sin embargo también ignora que ser
soberbio es fuente y origen de muchos problemas.
En la soberbia,
los otros no existen.
Así, la soberbia
es amiga del orgullo, la vanidad, las ansias de poder, el narcisismo y el
egocentrismo. Todo le queda pequeño. Quien tiene soberbia tan solo está
centrado en sí mismo, no da valor a las opiniones de los demás porque está
ciego.
Lo característico
de la soberbia es que además de ser ilusoria y rimbombante es un disfraz que
encumbre a la inseguridad, la falta de confianza en uno mismo y el sentimiento
de inferioridad.
Tanto en una como
en otra, la persona permanece ciega ante sus errores porque está atrapada por
sus aires de grandiosidad. Una excelencia que esconde un profundo temor a la
carencia y a ser menos que los demás y que trata de sobrevivir y ser querida.
Así, detrás de la
soberbia hay miedo: miedo a no ser capaz, a no ser bueno, suficiente o
reconocido. Y ante la incapacidad de asumirlo, de aceptar esos temores y
heridas, se maquillan. Por esta razón, la soberbia sirve para “equilibrar” esos
vacíos y como mecanismo de defensa porque ayuda a rechazar antes que ser
rechazado.
Quien es soberbio
no suele admitir sus errores porque hacerlo le recuerda que no es tan perfecto
como pensaba y como consecuencia será muy difícil que pida perdón porque
considera que nunca se equivoca. Al igual que también piensa que lleva la razón
porque incurre en la falacia de la autoridad.
No obstante, al
soberbio le importan mucho la opinión y la atención de los demás, aunque se
muestre indiferente.
La autoestima de
la persona soberbia se encuentra desinflada, es muy baja, porque está llena de
inseguridad, pero la oculta bajo un disfraz de altanería. Por esta razón,
cuando se sienten atacados, suelen enfadarse, perder el control, descalificar,
ponerse a la defensiva o dejar de hablar durante un tiempo. Tienen la madurez
emocional de un niño.
La soberbia no es
más que una barrera defensiva para evitar que los demás intuyan los miedos, las
inseguridades, las debilidades y las flaquezas del carácter.
Ante la soberbia,
se recomienda humildad: aprender a llevar una vida más sencilla en la que
predomine el valor de lo importante, como el amor, la sencillez y la
generosidad. Sin embargo, existe un paso previo y es el hecho de reconocer y
aceptar que se es soberbio. De lo contrario, es imposible que esta se suavice o
comience a desaparecer.
Una vez aceptada,
se trata de ser honesto y sincero con uno mismo: ¿a qué temo?; ¿qué es lo que me
duele qué ocurra?; ¿qué me genera sufrimiento?; ¿para qué necesito ser reconocido
como el mejor o el más válido?.
Además, también
es importante cambiar la dirección del foco: ya no solo existe uno mismo, sino
también están los otros. Hay que relativizar la importancia propia y saber
mirar a los demás.
Para eso, es
importante trabajar la empatía, ese saber ponerse en el lugar del otro,
aprender a recibir críticas y aceptar los errores y los defectos propios.
No le recomiendo
tratarse con profesionales, si su ego no lo deja tranquilo, mándelo a comprar
humildad.
NO TODO VALE...